jueves, 6 de octubre de 2011

Características de la Espiritualidad Ignaciana

La Compañía de Jesús, posee unas características propias de la Espiritualidad Ignaciana, que se pueden resumir así:



1. Buscar y hallar la voluntad de Dios sobre mi vida.
 No lo más perfecto objetivamente, sino lo que Dios quiere de mí.

2. Ensanchar el corazón a las dimensiones del mundo, pero aterrizando en lo concreto para no perderme en vaguedades o en ideales irrealizables.

3. Conocer mi realidad lo más ampliamente posible. De ahí, mucho examinar cada situación y también examinarme.

4. Discernir, a la luz de la oración y de la razón iluminada por la fe, cómo puedo mejorar esa realidad para hacerla más evangélica.

5. Encontrar a Dios en todo lo creado, siendo contemplativos en la acción o unidos con Dios en la acción.




sábado, 1 de octubre de 2011

Crimen organizado, neoliberalismo y desarrollo

La semana pasada, por primera vez Estados Unidos incluyó a El Salvador y a Belice en la lista de países considerados importantes para el narcotráfico. Las autoridades norteamericanas informaron que ambos eran los únicos países de Centroamérica que faltaban en dicha lista. En honor a la verdad, este hecho no hace sino constatar la sospecha de que el crimen organizado ha penetrado desde hace algún tiempo en diversas estructuras de los Estados centroamericanos. El istmo es un territorio estratégico porque se sitúa entre el principal productor mundial de cocaína y el principal consumidor. Centroamérica es, entonces, el corredor natural para hacer llegar la droga desde donde se produce hasta su principal mercado. En dicho trayecto, el narcotráfico va desparramando sus males entre nuestras sociedades a la vez que genera narcoempleos muy rentables. Es cierto que hay que actuar contra quienes producen y/o facilitan el traslado de la droga, pero todos sabemos que estos esfuerzos serán infructuosos si no se hace nada en el país donde más se consume. Es decir, mientras haya demanda de la droga, siempre habrá quien esté presto a ofertarla. Por ello, Estados Unidos debería autoenlistarse en el puesto número uno de la “lista negra” —como ellos le llaman— de países consumidores de droga.
Por supuesto, esta realidad no exime a El Salvador de las responsabilidades que le atañen por su participación en este mal social. El narcotráfico requiere de una red muy compleja de participantes, que abarca desde los grandes capos de cuello blanco (generalmente, prominentes figuras públicas) hasta la gente que transporta, almacena, distribuye y vende la droga. El principal caldo de cultivo para la penetración del crimen organizado en un país es la pobreza de su gente, y en esta materia El Salvador está haciendo muchos méritos para ganarse un lugar entre los países donde los narcotraficantes han hincado pie.
Esta situación nos remite a un segundo hecho importante, ocurrido también la semana pasada. Tanto el Presidente como el Secretario Técnico de la Presidencia de nuestro país afirmaron, en medio de las fiestas patrias, que las extorsiones y el crimen organizado representan el mayor obstáculo para el crecimiento y el desarrollo económico de El Salvador. Todo apunta a que estas afirmaciones responden al estudio realizado conjuntamente por los Gobiernos de Estados Unidos y El Salvador en el marco del Asocio para el Crecimiento. En dicho estudio, la criminalidad aparece como la principal actividad que limita el crecimiento económico.
Pero una cosa es que la situación delincuencial sea uno de los dos problemas más sentidos por la población salvadoreña y otra muy distinta que sea la razón que evita el desarrollo. Sorprende sobre todo que sean autoridades de alto nivel las que hacen esta afirmación, que no refleja con fidelidad la situación salvadoreña. Al presidente Funes hay que recodarle lo que afirmó en su discurso del 15 de marzo de 2009, cuando se proclamó ganador de los comicios. En aquella ocasión sostuvo que el modelo implementado por Arena está agotado. Y es precisamente en esto donde radica el principal problema del país: durante décadas se siguieron a ciegas los postulados y recetas del neoliberalismo. Es el neoliberalismo y sus seguidores los que han concentrado la riqueza en pocas manos, aumentado la desigualdad y generado más pobreza, la cual, como dijimos antes, facilita la penetración del crimen organizado.
Así pues, hay que combatir con decisión, inteligencia y recursos el crimen organizado, pero no hay que olvidar que la delincuencia es, en buena parte, efecto del modelo que se ha seguido. Hay que generar empleo, crear oportunidades, mejorar el nivel de vida de la población para que la delincuencia deje de ser una opción atractiva. Y un paso firme en esa dirección es renunciar a las lógicas y políticas perniciosas del modelo que hasta el sol de hoy han seguido con devoción los Gobiernos salvadoreños. Solo con la implementación de otra forma de regir la dinámica económica y social del país podremos aspirar a reducir la criminalidad y salir de ese cada vez más largo listado de países aliados del narcotráfico

Lo politico, Lo público

La vida política, en su definición moderna, es la que tiene que ver con el gobierno del Estado, y por lo tanto, incluye también la militancia en los partidos que luchan por hacerse con el Gobierno. Para la política partidaria, la lucha por el poder y el deseo de servir son, a efectos prácticos, una misma cosa. Sin embargo, la realidad nos muestra que quien más ambiciona el poder no es el que más y mejor puede servir, sino el que quiere imponer sus intereses particulares o partidarios sobre el interés general. Ya Maquiavelo, en su momento, puso de manifiesto —en su obra El príncipe— cómo funciona realmente el poder cuando toda acción política está dirigida a la conquista y la conservación del mismo; para este fin, cualquier medio es válido. Es preciso entender, escribió Maquievelo, “que un príncipe, al menos el que accede por primera vez al poder, no debe proceder de acuerdo con lo que la gente considera correcto, porque en muchas ocasiones se verá obligado —a fin de asegurar su poder— a actuar en contra de la fidelidad, la misericordia, la compasión y la religión”. Por este tipo de postulados Maquiavelo ha adquirido mala fama. Pero, en realidad, en su obra él expone la política que vio y vivió: observa y describe un modo concreto y habitual de hacer política; sobre todo, de los gobernantes, en quienes la perversidad y la corrupción se juntan.
Este modo de proceder, que sigue presente en la política y en los partidos actuales, es una de las principales causas de que la confianza e interés en la política sean, por lo general, muy bajas y estén en erosión constante. Sin embargo, es indiscutible que la política como forma de ejercer el poder es necesaria, pero debe tener sus límites. Leonardo Boff nos dice en uno de sus escritos que todo poder debe estar sujeto a un control, normalmente regido por el ordenamiento jurídico, con vistas al bien común; debe venir por delegación, es decir, debe pasar por procedimientos de elección de los dirigentes que representan a la sociedad; debe haber división de poderes, para que uno limite al otro; debe haber rotación en los puestos para evitar el nepotismo (favorecer a familias o personas afines) y el mandarinismo (gobierno arbitrario); el poder debe aceptar la crítica externa, someterse a un rendimiento de cuentas y a la evaluación del desempeño de quienes lo ejercen; el poder vigente debe reconocer y convivir con un contrapoder que le obliga a ser transparente o a verse sustituido por él. A estos puntos nosotros agregamos que el recto ejercicio del poder pasa también por hacer de la política uno de los instrumentos idóneos para enfrentar el mal común y posibilitar el bien común; por ejemplo, enfrentar la pobreza estructural y dar paso a la justicia social. Estos límites y condiciones pueden ser un verdadero antídoto para el veneno que enferma a la política y la convierte en un modo de adquirir privilegios y ventajas, una forma de repartir los recursos del Estado, una forma fácil de vivir gracias a la rentabilidad económica y política que da el poder. Si se quiere dignificar la política, son necesarios estos límites.
Ahora bien, reconociendo que todo tiene una dimensión política en el sentido antes expuesto, no menos cierto es que lo político no lo es todo. Lo “público” es mucho más amplio y variado que lo que normalmente llamamos “lo político”, y está relacionado con el conjunto de bienes que van desde los naturales, pasando por los estrictamente económicos, hasta llegar a los de carácter ético, como la justicia, la verdad y la libertad. Pero lo público también puede estar representado por los males comunes que afectan a una colectividad; el hambre, la depredación, la pobreza, la impunidad y la violencia son algunos de los más graves. Asumir lo público con responsabilidad implica una actitud activa para conseguir el bien común y erradicar el mal común, y eso no puede lograrse sin la participación ciudadana. Pero para que esta sea cualificada y tenga incidencia en las transformaciones sociales, requiere de ciudadanos y ciudadanas que no solo estén atentos a las cuestiones públicas, sino también dispuestos a participar en los distintos ámbitos de la sociedad civil, de forma crítica, creativa y comprometida.
Crítica frente a la realidad política actual, que se acredita como democrática y que termina limitando la participación ciudadana al ejercicio del voto o la libre expresión, aunque se vote pero no se elija, y aunque no todos tengan igual acceso a los medios de comunicación. Creativos para poner límites a las desviaciones y perversiones del poder, pero también para cultivar relaciones solidarias, participativas y éticas en el mismo. Por ejemplo, participación ciudadana en la elaboración de presupuestos municipales, en la defensa del medio ambiente, en la democratización de los partidos políticos, en la defensa y promoción de los derechos humanos, en la lucha contra la partidocracia, en el esfuerzo por recuperar la política como vocación, en la búsqueda de justicia, en la cultura de la rendición de cuentas, en el cumplimiento del derecho al acceso a la información pública, entre otros. Y comprometidos con el ejercicio del poder participativo y solidario como instrumento de las transformaciones sociales; con la vigencia de los derechos humanos sin olvidar la responsabilidad de los deberes; con la justicia global para que sea posible la familia humana.
La necesidad de que haya ciudadanía plena responde a uno de los planteamientos principales de la democracia radical (profunda): “política” no es solo ni principalmente lo que hacen los políticos, sino lo que hacen los ciudadanos y ciudadanas cuando se preocupan y ocupan de lo público para que sea un lugar de justicia, de inclusión y de responsabilidad ética. Cuando esto ocurre, lo político se enfrenta a un verdadero contrapoder que pone límites y evita abusos; contrapoder que deriva de la ciudadanía consciente y organizada. El movimiento de los indignados es un ejemplo de fermento esperanzador del accionar público.

Cuestiones de Derecho

La semana pasada los periódicos informaron sobre algunos hechos internacionales que merecen ser comentados. El primero de ellos, muy positivo, es el apoyo que verbalmente se le ha dado, incluso a nivel presidencial, a la solicitud de los palestinos de ser reconocidos como Estado de pleno derecho, en un territorio que incluiría las zonas ocupadas por Israel después de la guerra de 1967. En esta emisora pensamos que Israel tiene derecho a existir, pero con la misma fuerza estamos convencidos de que Palestina tiene el mismo derecho y que el apoyo a su causa es importante incluso para el desarrollo de la paz a nivel mundial. A pesar de haber nacido en la tierra hoy ocupada por Israel, los palestinos han sido privados sistemáticamente de su derecho a nacionalidad. Han sido marginados, golpeados, privados de sus derechos básicos… se han convertido en víctimas sistemáticas de un Estado israelí que privilegia el empleo de la fuerza bruta sobre el diálogo. Apoyar el Estado palestino, y apoyar su reconocimiento territorial por parte de Naciones Unidas, es finalmente un servicio al propio Israel, que podría integrarse con mucha más seguridad en la zona que habita. Si bien los países árabes deben reconocer el derecho de Israel a existir, este debe dar el primer paso haciendo lo mismo con la nación palestina.
Los periódicos han resaltado también el exabrupto del presidente Chávez, de Venezuela, cuestionando la validez de la Convención Americana de Derechos Humanos y, de un modo muy explícito, de la Corte y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Es evidente que Chávez está coincidiendo en su mensaje con lo que en su tiempo decía el funesto Fujimori en Perú. La actitud de Chávez es claramente condenable y muestra que la derecha y la izquierda tienden a asemejarse cuando sus dirigentes en el poder reciben críticas sobre el respeto a los derechos humanos. En nuestro propio país, tanto Arena como el FMLN han despreciado las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en casi todos los casos en que la instancia ha intervenido, como en el de monseñor Romero y en el de los jesuitas. El expresidente Flores incluso dio unas declaraciones de un estilo parecido a las de Chávez y Fujimori. Si el Estado salvadoreño hubiera seguido dichas recomendaciones, no tuviera razón de ser el caso que hoy lleva en España el juez Velasco. Pero acá en El Salvador preferimos no cumplir con nuestras obligaciones internas, y menos todavía con las que se derivan de tratados internacionales. Y después, cuando sucede algo que no nos gusta, como el caso del juez Velasco, reaccionamos con un patrioterismo tan ridículo como absurdo, muy semejante al estilo de Chávez y de Fujimori, al menos en el tema de los derechos humanos.
Otro tema que ha recibido cierta atención es la condena al periódico El Universo, de Ecuador, que deberá pagar una multa de 40 millones de dólares por llamar “dictador” al presidente Correa y negarse a desdecirse. Aunque la multa es evidentemente desproporcionada, ningún periódico tiene derecho a catalogar como dictador a un presidente elegido constitucionalmente y contra quien no se ha elevado ningún caso de destitución por violación de las leyes. Como no se puede llamar imbécil o estúpido a un ciudadano por el hecho de que le caiga mal al dueño, editor o comentarista de cualquier periódico. Quienes en El Salvador se preocupan por la libertad de prensa, que es sin duda importante para la democracia, deberían también preocuparse por los derechos de las personas a ser tratadas con dignidad y respeto. La democracia se basa en el respeto a las personas, y los periódicos deben también respetar ese valor democrático, sabiendo informar sin insultar. Una medida o una tendencia de un presidente puede ser autoritaria, pero no por ello se le puede llamar dictador, como tampoco se le puede llamar ladrón sin tener pruebas. Ni a él ni a ningún ciudadano, por mucho que no le guste a quien escribe en el periódico la opinión política de su oponente.